Aquellas organizaciones que reposan sus cansadas extremidades sobre asideros analógicos observan cómo son adelantadas velozmente por competidores que utilizan más avanzados vehículos tecnológicos. Cuando se utilizan herramientas ineficientes es plausible que el rendimiento sea mejorable.

El progreso, que permite alcanzar cotas elevadas de productividad, es arreciado con una fuerza impasible por la digitalización de los recursos empresariales. Nuevas técnicas nacen sin cesar de canales tan fecundos como son la investigación y la ciencia.

Así, al mismo tiempo que el fluir de la innovación conforma nuevas vías de comunicación abiertas para quienes deseen beneficiarse de sus mercedes, las organizaciones son impelidas a una constante adaptación. Los rezagados en la ruta sentirán la incapacidad de alcanzar a sus contrincantes, sin darse cuenta de que los utensilios que suponen una verdadera ventaja competitiva están a su mismo alcance.

Los sistemas tradicionales de producción y transformación de la industria agroalimentaria se han aliado con las tecnologías digitales

Las empresas son conscientes de la necesidad de guardar la información de forma digitalizada e invierten su capital en maquinaria automatizada, pesajes y controles de calidad. De igual modo, incluyen sensores en busca de monitorizar todos los parámetros que intervienen en la producción, pudiendo hacerlo hasta a tiempo real si fuera necesario.

Estos cambios impuestos en los modelos de negocios dotan de una destacada importancia a los datos agrarios e industriales que permiten tomar decisiones eficientes a lo largo de todo el proceso productivo.

Todas las flores que ofrecen estos avances vienen acompañadas de espinas o de peligros que las sociedades deben contemplar y atajar. Estos peligros consisten en numerosas amenazas de ciberseguridad que atenazan el funcionamiento de la industria alimentaria y la reputación de cada uno de sus integrantes.

No son muy abundantes las noticias que se publican sobre brechas de seguridad en esta industria, a diferencia de lo que ocurre con otros sectores. Ello crea una falsa sensación de seguridad que limita y lastra la visión de los operadores alimentarios.

El Instituto de Protección y Defensa de los Alimentos (FPDI), perteneciente a la Universidad de Minnesota, en su informe Adulterando más que comida: el riesgo cibernético para el procesamiento y la fabricación de alimentos señala:

«A medida que los sectores energético, financiero y sanitario endurezcan sus defensas en respuesta a los ataques, es seguro asumir los criminales y otros actores de la amenaza pasarán al escalón inferior. Este bien podría ser la industria alimentaria, que sigue utilizando sistemas vulnerables a ciberataques».

La industria alimentaria, que sí presta atención a las herramientas relacionadas con labores productivas y a las mejoras en la calidad de la alimentación, descuida la ciberseguridad. Esta falta de previsión paraliza la reacción frente a los problemas que de seguro aparecerán de un momento a otro, pues no hay mayor estímulo para los ciberdelincuentes que la falta de preparación multiplicadora de vulnerabilidades.

Análogamente al conductor joven que no ha sufrido ningún accidente, el empresario puede circular a través del tráfico económico sin sufrir ningún daño de ciberseguridad. Sin embargo, aunque no sea consciente, la materialización del daño no está bajo su control porque ha renunciado a actuar. En cualquier momento, tras la interacción de un tercero, cualquier empresa puede padecer un golpe severo a su reputación en forma de ciberataque. Los muros, los candados y las cadenas que protegen sus instalaciones físicas dan paso a espacios abiertos que dan la bienvenida a la entrada telemática de cibercriminales en sus instalaciones.

¿Qué ocurriría con una organización si un tercero se adentrara en el sistema de control de una instalación de alimentos congelados? Podría subir la temperatura, descongelar la comida y, posteriormente, volver a congelarla.

Los efectos derivados de la insalubridad del producto podrían no ser advertidos hasta que fuera demasiado tarde, a saber: hasta que los alimentos hubieran llegado a los consumidores.

Una brecha de seguridad así en la red informática puede ser provocadas por innumerables causas, muchas de ellas inevitables para los operadores no curtidos en materia de ciberseguridad. Ellas van desde no actualizar un software hasta que un trabajador descuidado caiga víctima de un ataque de ingeniería social. Semejantes pequeñas incidencias pueden ocasionar que los valiosos datos personales de los clientes o de los proveedores queden publicados, sean vendidos en la red o incluso que un competidor acceda a toda la información confidencial de la sociedad damnificada.

Es conocido que los datos cobran cada vez una mayor importancia en el desarrollo futuro de la industria alimentaria y son la base no sólo para la optimización de los procesos a lo largo de toda la cadena de valor, sino también para el desarrollo de nuevos modelos de negocio y la adquisición de ventajas competitivas.

Esto necesitará de marcos garantistas de seguridad que proporcionen, por un lado, confiabilidad en los datos con los que se está trabajando y, por otro lado, control sobre los mismos.

Convertir los dominios de la empresa en un terreno más seguro para los recursos tecnológicos es tanto una responsabilidad del directivo, como un elemento crucial que determinará el desempeño futuro de la organización.  La toma de conciencia es el primer paso, mas debe venir seguida de la debida actuación protectora y para eso nada mejor que estar bien asesorados en todos los planos de la ciberseguirdad.