En numerosas ocasiones hemos traído a colación la importancia de la ciberseguridad en la vida de las empresas y de los empresarios individuales, hablando en términos de sostenibilidad empresarial, es decir, de poder mantener todos los activos en el mercado con objeto de competir en régimen de igualdad con aquellos que se encuentran en nuestro mismo sector, con independencia de la calidad del producto o del servicio que ofertamos al mercado.

El empresario, por regla general se encuentra muy remiso al gasto en materia de ciberseguridad porque lo percibe más como un gasto que como una inversión, no siendo consciente que está invirtiendo en sostenibilidad de su empresa. Y no nos referimos ya a un ataque directo a sus datos, archivos o activos más valiosos, sino que en un mundo tan interconectado como el presente, sufrir un ataque significa o puede significar que ponemos en peligro los datos de nuestros clientes que han confiando en nuestra seguridad para su protección.

Efectivamente, pensemos en toda la información confidencial de la que disponemos y que puede estar almacenada en un servidor físico o en la nube, las keywords o contraseñas, los planos o estrategias de actuación empresarial, los mensajes recibidos en nuestra bandeja de entrada o remitidos por nosotros a terceros, con incuestionable información sobre tarifas empresariales o actuaciones en el mercado que serían ideales de conocer por las empresas de nuestra competencia, entre mucha otra información de alta importancia.

Pues ahora tenemos un motivo más para preocuparnos por la seguridad de nuestra empresa a nivel cibernético. Nuestros proveedores y clientes depositan en una entidad de su confianza información personal, sin que hasta la fecha se plantearan mucho el grado de seguridad del que dispone la entidad receptora, dado el clima generalizado de desconocimiento sobre el crecimiento exponencial de los ataques en materia de ciberseguridad. Esto ya está cambiando a medida que políticas como el compliance penal se van introduciendo cada vez más en nuestras empresas.

Los hackers han conseguido filtrar la información personal de millones de personas desde Facebook, Instagram, Linkedin o incluso desde tarjetas de créditos o claves para transferencias, cuyo íter protector desconocemos. Demandar a las empresas que controlan nuestros datos es muy complejo en materia de prueba, por lo que debemos optar por una actuación más preventiva que reactiva cuando disponemos de datos de terceros.